Cemento, ladrillo, madera, chapa... las casas son muchas y de muchas maneras están construidas, pero, ¿Qué ocurre cuando un grupo de artistas decide plasmar las sensaciones que le ofrece su puntura sobre las superficies de estas? Los amalianos, presentamos el blog donde describimos nuestro trabajo y anécdotas.

viernes


El tiempo, no se puede retrasar, tampoco adelantar, moverlo con más rapidez, con menos, no se puede detener, congelar, logras almacenarlo, con el riesgo de tener fugas a través de las que se escapa sin remedio algún detalle, es imposible capturar todos los segundos, recordar exactas todas las palabra que se dicen o se esconden entre ellos, no hay una forma determinada de explicarlo y las descripciones sobre el por qué, el cómo, el qué es, son dispares a cada voz y pensamiento, el tic tac es inentendible, incomprensible, complicado, enigmático...

Tan complejo, que a pesar de los olvidos, nada es indispensable para la memoria... ni un color, ni un lugar, ni una palabra, ni una señal, tampoco una expresión, en menos ocasiones una sonrisa, son inmortales las lágrimas, imborrables los gestos... y es que, algunas personas conceden un momento de su tiempo para que ese instante permanezca ahí, en la cabeza, como una pincelada que nadie puede borrar.

Piornal, son sus curvas al entrar, sus distintas gentes y las diferentes mentes de cada una, el ambiente, sus madrugadas, sus amaneceres azul Mj, las mañanas y sus desayunos, el mediodía con la previa cerveza, seguida de una comida con cantidades descomunales de alimento, la dormidina y las tardes de café, las noches de extrañas y tontas borracheras...

Esa fuente que funciona pasadas las siente y se ilumina con colores al marcar aproximadamente las nueves y media, la parada de autobuses sin horario, la cabina de hace tantos años. Cada árbol establecido a lo largo de la calle principal, desde los Piornos, atravesando hasta llegar a la hospedería, desviándose hacia la piscina por el camino repleto de saltamontes, la talla de sus montañas hasta perderse entre las rocas que te conducen a la cima, donde verás que a pesar de su altura, no hay forma de coger una estrella.

Es ese pueblo que ya forma parte de nuestro horario, donde puedes relajarte entre los planos que te llevan a un valle del Jerte mediante rayas de colores, producto de la mente de ese artista que a pesar de no estar presente, sigue fumando en lo alto de la plataforma. La gente te dirá que sigas la calle hasta la fachada de las flores de cerezo interpretadas, la primera que con miedo pintaron los Amalianos, cuando desconocían su propio nombre.

Y mientras estás soñando en el bosque encantado de árboles otoñales, verás pasar a los niños, saludando desde sus carritos, abriendo los ojos, emocionados al ver a Jarramplas protegiendo la plaza donde se reúnen todos, ocupando cada uno de los bancos de piedra, embaucados dentro del paisaje con alma que la causante de este sueño plasmó sobre la chapa con arte, paciencia y alguna indecisión de cuál sería el sitio perfecto donde colocar la luna.

El tiempo y los artistas, aquí estábamos, en ese intervalo dentro de nuestros veranos, que aparecía un nuevo año a doce meses de distancia, que fugaz pasó frente a nuestros ojos el primer día y delante de nuestras narices se está marchando en el mismo lugar donde al parecer, se estaba tomando por costumbre realizar comidas en familia.

Somos conscientes que todo finalmente termina, que en el proceso de aprender, se van creando nuevas líneas sobre los surcos de la mirada mientras los días pasan como esa sucesión de particularidades divididas en minutos, segundos y horas. Una serpiente que se muerde la cola ordenada por los mismos números universales, donde las personas entran y salen, están y desaparecen, aparecen sin avisar, cada uno dueño de su propio reloj y sus peculiares manecillas, algunos pisan dejando huella, otros hacen un rasguño con las agujas y pocos, son tan parte de nosotros que estarán pase lo que pase.

Aida Hernández Blasco
Grupo Amalianos. Julio 2013.

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